domingo, 3 de abril de 2016



Idomeni, para mayor vergüenza
David Gómez Frías
Ideal Cazorla, marzo 2016

  Grecia no deja de estar en el foco de la noticia. Desde hace unos años hasta el pasado verano, por la vertiginosa inestabilidad política; después por la llegada incesante de refugiados sirios que huyen de la muerte, o de la guerra que los está llevando a la muerte. Idomeni es un ejemplo más de la vergüenza que anula el significado de ‘Europa’. He sido y soy partidario de esta unión continental, incluso veo con buenos ojos la incorporación de países como Turquía, toda vez que en su interior se corrijan violaciones permanentes de derechos humanos, diferencias por motivos étnicos o religiosos y una filosofía del poder que no casa con la intención democrática europea, entre otras muchas cuestiones. Pero sucede que la propia identidad pretendida en nuestro continente no está definida aún. Los intereses nacionales y las diferentes posturas ideológicas son un lastre para la unión.  Uno de los principales objetivos, su más valioso principio ha de pasar por la solidaridad, empatía y atención a las gentes de los pueblos que están siendo, como en el caso del pueblo sirio, masacrados por situaciones bélicas originadas por intransigencias personales en el poder. Europa no puede ni debe olvidar las heridas de cada uno de sus miembros, ni las dos grandes cicatrices que atraviesan su territorio. Guerras civiles o nacionales, guerras mundiales que llevaron a millones de desplazados a moverse por el mundo, con un equipaje repleto de nombres de millones de muertos, para devolver a sus vidas la dignidad perdida en la sinrazón. El pueblo sirio lleva en esta situación cinco años. Tras una deseada primavera social, el infierno llegó a millones de vidas ya tocadas por la insensatez humana. Cinco años después, sin pronóstico que anuncie el final del conflicto, millones de ciudadanos, millones de seres humanos quieren huir hacia el mundo, hacia la dificultad de la vida en otra realidad distinta a la suya, pero, al fin y al cabo, con algo de vida. Sus pasos y el riesgo de no llegar nunca son movidos por el sueño de alcanzar Europa. Ya en nuestras fronteras, sobre mapas de papel en los que no interfieren decisiones políticas, las líneas iluminan el final del túnel, o el principio de una claridad distinta, pero lo real frena la esperanza y el alambre hace sangrar a los soñadores. Las iniciativas nacionales que han llevado al cierre de las fronteras ha descolocado a una sorprendida y descolocada Europa. No existe el principio solidario común. De momento Europa es sólo una cuestión de gestión económica, y la hipocresía la mantendrá engañada muchos años más. Tan grave es la situación humanitaria que sufre la sociedad siria que la solución colectiva de nuestra nueva Europa pasa por echar balones fuera, ayudando económicamente a Turquía para que haga de guardameta. ‘Uno por uno’ es el acuerdo alcanzado por nuestros iluminados dirigentes. Cada migrante sirio que llegue a territorio europeo será llevado en caliente a Turquía, contrarrestando este país con el envío a Europa de otro migrante al que se le ha concedido el asilo, los papeles que legalizan su situación de desplazado. Esta es la línea general del gran y vergonzoso acuerdo de los países de la unión. Mientras Idomeni pone rostro a nuestra vergüenza. Doce mil seres humanos se amontonan en el barro, en la frontera con Macedonia, en condiciones que no alcanzan la dignidad necesaria para un animal. Al menos los animales poseen la libertad de decisión. Los desplazados dejan atrás la muerte en sus calles, en su hogar y en el mar que se ha tragado la vida de miles de ellos. Enfrente tienen la indolencia metálica de las fronteras y, sobre el barro, la esperanza sucia y desgarrada, como sus ropas, su vida y sus sueños.    



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